Despidan en mí a un tiempo del Perú cuyas raíces estarán siempre chupando jugo de la tierra para alimentar a los que viven en nuestra patria, en la que cualquier hombre no engrilletado y embrutecido por el egoísmo puede vivir, feliz, todas las patrias.
José María Arguedas

diciembre 02, 2009

El pulmón de Susan

RACISMO FEED- BACK
(REVERBERANTE)

“El que la debe no la teme”, es una de las frases que más miedo provoca en el país, por contradictoria. No bien la pronuncia alguien que está potencialmente en dificultades con la justicia e inmediatamente el sujeto en mención desaparece de la escena del crimen y del escenario nacional, tragado por el tiempo, la impunidad, la falta de memoria del colectivo o por un nuevo delito, generalmente más punible.

“El que la debe no la teme”, dijo la señorita Susan Hoefken, peruana del Perú y dio la cara para aclarar el caso del robo del pulmón de la muestra El cuerpo humano: real y fascinante, que ella había denunciado; aunque, seamos precisos, después de muchos días y a regañadientes. Se tomó tantos días la señorita Hoefken en aceptar ponerse la camisa de once varas -que ella misma había confeccionado al denunciar algo que sólo ella cree- que muchos pensaban que se había fugado. Aparecido el pulmón robado, el orgullo nacional mancillado respiró aliviado.

La primera parte del affaire (el robo, la denuncia, la recompensa, la reaparición extraña del órgano, el escándalo nacional e internacional por la naturaleza del delito y la denuncia que pende sobre ella por calumnia y falsedad genérica en contra del Estado nada menos, etc.), ya fue. Otros escándalos y escandalosos, que esperaban turno, están haciendo ahora uso de su cuarto de hora de fama. Pero, el caso del pulmón robado que no fue robado, pero que si fue robado según la señorita Hoefken, frágil y respingada, treja y dueña de sí misma, promete.

Ella ha declarado, alegando su inocencia al salir de una impensada comisaría de Monterrico (sí, en Monterrico), que todos están equivocados, que los que tienen la razón no la tienen, que las evidencias que la sindican de mendaz son “invidencias” y que toda esta confabulación nacional le sucede, en conclusión, sólo por ser “blanquita”.

Los que la defienden (los hay), sostienen que el robo del pulmón existió y que, además, por esa cosa llamada “justicia divina”, el órgano robado fue devuelto a las pocas horas y sin haberse pagado recompensa alguna. Todo gracias a quién, pues a miss Susan, que tuvo el valor de denunciar sin aliento el robo de tan importante pieza, insistiendo en el hecho inclusive hoy, cuando las investigaciones dicen lo contrario.

Sus detractores en cambio (que son muchos), no le creen y sólo esperan que, en su momento, se la juzgue y condene. De esa manera, el orgullo y la reconocida honradez nacional -mancillados en todas las latitudes por una nívea y grácil señorita- quedarán finalmente reparados.

Pero, magnánimos y en las puertas del triunfo de la justicia -no obstante el apellido complicado de miss Susan- y, gracias a la contundencia de las pruebas, algunos detractores sostienen que la primeriza cometió una serie de errores, todo en aras de salvar su trabajo.
A saber: como todo lo que sube baja, según el maestro Newton (pero no para los agiotistas y usureros que venden gasolina, euros o comestibles en los mercados de abastos) pasadas la fiestas patrias y gastadas todas las divisas de la gratificación, se acabó la diversión y las gentes se fueron a sus casas. En un error de cálculo, por llamarlo de alguna manera, Susan Hoefken pensó que con el escándalo del “robo” del pulmón la gente curiosa volvería a sus boleterías cual bandada de palomas. Sin embargo, en la lógica elemental del mercado, la gente que ya aprendió tiende a exigir “más por menos”. Es decir: ya no tengo ‘grati’, las entradas cuestan igual y además hay una pieza menos por ver (o sea, el malhadado pulmón); me sobran razones para no ir; mejor veo por la televisión en que termina este caso y, encima, me sale gratis.

No obstante las condiciones objetivas para que el “robo” fuera creíble, la señorita Hoefken cometió otro error. De nuevo, a saber: el centro comercial Jockey Plaza es el punto de peregrinación obligado de la feligresía limeña y hoy se ha convertido en la Feria del Hogar de la época, donde miles de personas recorren medio Lima para ver comer y comprar a otros. En medio de esa batahola, Hoefken quizá calculó que decenas de pícaros calificaban para querer llevarse algún “recuerdo” de la muestra y así cubrir su farsa y latrocinio. Pero alguien se olvidó de poner en su lugar la cámara de seguridad volteada extrañamente (insinuándose, además, que el personal de limpieza, sería en este caso responsable. Es decir, la soga se rompería por la parte más débil), y por consiguiente no pudo grabar el “robo”, que ella denunció dramáticamente después a los cuatro vientos, como si de nuevo se hubieran robado el tumi, el cuchillo de oro ceremonial de nuestros antepasados.

El pulmón de marras, en la práctica, no tiene ningún valor quirúrgico para ser trasplantado, ni para ser preparado en los comedores ambulantes -con el humilde nombre de “bofe”- como “chanfainita”; pero su supuesto robo y denuncia, que dio la vuelta al mundo, hirió el orgullo nacional.

Las pruebas señalan que nunca hubo robo, que el pulmón nunca respiró otros aires limeños que no fueran los acondicionados de la muestra. Y tanto fue el fiasco del supuesto robo que la empresa del moderno circo de los horrores se fue sin despedirse y dejó sola, solita, sola, a Susan.

Vistas las cosas, Hoefken entiende que no tiene a nadie que la defienda y tratando de esclarecer las cosas las oscurece más; sobre todo cuando dice que “tranquilamente, armado el escándalo, hubiera enterrado el pulmón o se lo hubiera dado a comer a su perro”, muy suelta de huesos, demostrando que tiene la idea de que sin pruebas, no hay delito. Sólo que a veces nos confiamos y no sabemos calcular las consecuencias.

Con el tiempo, quizá, le devolverán la fuerte caución que le han pedido. Si la condenan, no irá a la cárcel; sólo estará prohibida de dejarse ver en playas y discotecas donde no van los que calificaban de potenciales ladrones de pulmones que de alguna manera quiso incriminar o aquellos envidiosos que la acusan "sólo por ser blanquita”.

La soberbia, dirán unos; la carencia de escrúpulos disfrazada de autosuficiencia, pensarán otros, aventuró a Susan Hoefken quizá a correr con ese riesgo que -por sus aires de princesa perturbada- parece que para ella sólo fue un ardid publicitario más que no resultó.



Si sólo hubiera esperado a que lleguen los pishtacos...






Shullka

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Hola!
Difícil tema el del racismo porque es muy probable que sea sólo visto desde el yo, desde el ego, desde tu propia cultura. También hay una confusión entre racismo y diferencia.

Otro asunto es el cinismo y la estafa. La pérdida del pulmón va por ese camino.

Quintucha